jueves, 31 de diciembre de 2020

Los tres deseos

      

Otra fábula de La Fontaine del mismo libro que la anterior, para acabar el año. Un año diferente a los previos. En estas fechas es cuando todos nos enviamos buenos deseos. Pero es tan difícil elegir bien un deseo...


Hace mucho tiempo, en el imperio de Mongolia, un duendecillo iba de camino.
Caminando, caminando, llegó hasta una pequeña cabaña en la que vivían unos labradores con sus hijos de corta edad.
El duendecillo llamó a la puerta de la casa y preguntó:
-¿Podéis alojarme por esta noche, buena gente?
Los labradores alojaron al duendecillo y éste, al día siguiente, se despidió de sus bienhechores diciendo:
-Pedidme tres deseos y os daré satisfacción. Pero, pensadlo bien antes de pedir nada, ya que sólo podré otorgaros tres dones.
El labrador, viendo la miseria en que vivía, rogó al duendecillo que le concediera la riqueza.
El duendecillo llenó sus arcas de oro, sus graneros de trigo y sus campos de frutos.
-¡Oh! -se lamentó al poco tiempo el labrador- ¡Cuántos cuidados, cuántos cálculos para administrar tanto caudal!
-Tienes razón -intervino la esposa-. Los grandes señores nos piden préstamos y el rey nos hace pagar fuertes tributos.
A fuerza de ser ricos, se consideraban pobres y desdichados.
El labrador formuló su segundo deseo;
-¡Aleja de nosotros la influencia dañina de estas riquezas! Más vale la pobreza que una riqueza excesiva.
El segundo deseo se cumplió y volvieron a ser pobres.
El duendecillo, apareciendo de nuevo ante ellos, les dijo:
-Recuerda que sólo te queda un deseo que formular. ¿Qué pides ahora?
-Te ruego, amigo -rogó el labrador-, que nos concedas la sabiduría.
-Ahora has elegido bien -dijo el duendecillo-. Sea como tú dices.

 



Ilustración de María Pascual editada por Ediciones Toray