sábado, 20 de abril de 2024

ÉTICA XX: COMUNITARISTAS

 


 

Una muestra evidente de la difícil medida de los valores en el mundo contemporáneo la tenemos en las teorías de la justicia de John Rawls y de Robert Nozick. Como se ha visto ya, ambos filósofos conciben la justicia distributiva de forma radicalmente distinta, sin que sea posible encontrar el fundamento definitivo para rebatir una de las concepciones a favor de la otra. Es curioso, además que ni Rawls, ni Nozick, mencionan la noción de "mérito" para explicar la justicia.
 
Los comunitaristas ven las teorías liberales de ambos autores excesivamente centradas en el individulismo y defienden la importancia de las comunidades o las sociedades.

En su libro "Tras la virtud" Alasdair MacIntyre desarrolla algunos conceptos éticos a lo largo de la historia y manifiesta el caos que nos ha llegado a nuestros días:

Imaginemos que el mundo ha sufrido una inmensa catástrofe medioambiental y política que ha destruido la totalidad de nuestro pasado cultural. Las personas que, después del desastre, quisieran recuperar su historia y su cultura tendrían que servirse de los escasos e inconexos fragmentos que se hubieran salvado del desastre, lo cual haría casi imposible la reconstrucción fidedigna del pasado. Nadie sería capaz de relacionar unos hechos con otros para hilar un relato coherente y significativo. Pues bien, una situación similar es la que vive la ética en estos momentos.

Otro comunitarista, Michael Sandel, indica:

Pensar que el individuo es autosuficiente es un error, pues todo individuo vive en una comunidad y forma sus convicciones morales en diálogo con los demás, con quienes comparte unos fines y una determinada concepción del bien común. No solo la justicia, sino también la democracia, precisan de personas que cooperen y se ayuden porque se sienten parte de la comunidad. La idea de pertenencia es fundamental para que los valores morales sean aceptados por todos.


Sander apela a preocuparse por la creciente desigualdad porque una brecha excesiva entre ricos y pobres socava la solidaridad que la ciudadanía democrática requiere. 
 
A medida que aumenta la desigualdad, ricos y pobres viven vidas cada vez más separadas. Quienes tienen dinero mandan a sus hijos a colegios privados (o a los colegios públicos de las urbanizaciones de gente pudiente) y dejan las escuelas públicas de los barrios a los niños de las familias a las que no les queda otro remedio que llevarlos a ellas. Lo mismo ocurre con la sanidad: todos los ciudadanos utilizan los servicios sanitarios públicos, pero los que tienen más ingresos se pagan además un seguro privado de salud para no tener que soportar listas de espera.
 
Una tendencia similar se observa en las demás instituciones públicas. Las zonas residenciales de alto nivel económico contratan guardas de seguridad y dependen menos de la protección de la Policía. Un segundo coche elimina la necesidad del transporte público. Y así sucesivamente.

El prestigioso MIT (Massachusetts Institute of Technology) acaba de presentar un estudio que confirma esta tesis y demuestra que la clave de la desigualdad es que no nos mezclamos.

Realmente es muy difícil establecer qué es lo correcto, lo justo, lo ético cuando hay que tener en cuenta conceptos como la libertad individual, la igualdad, la equidad o los intereses generales de la sociedad. Es una discusión que sigue viva hoy en día, no en vano varios de los autores a que hago referencia en estas últimas entradas del blog siguen vivos.


Imagen: Portland Thorns players celebrate 09-02-2017 by Ray Terrill, CC BY-SA 2.0 <https://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.0>, via Wikimedia Commons

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